La llegada a la ciudad de Santiago de Compostela hace que el cansancio acumulado pase a un segundo plano. Sea cual sea la motivación del peregrino, la emoción, la alegría y la satisfacción de la culminación de un reto, invade a todos los que lo experimentan, de una sensación difícil de explicar.
Los peregrinos que llegan del Camino Portugués hacen su entrada por la calle Rosalía de Castro y continúan caminando hacia el casco antiguo. Muchos deciden cruzar el Parque de la Alameda donde es habitual retratarse con la mítica estatua conocida como Las Dos Marías, que rinde homenaje a dos personajes muy conocidos de la historia compostelana.
Así llegamos a la entrada del casco antiguo de la ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde el año 1985 y a muy pocos metros nos espera la imponente Catedral. La primera calle, la Rúa do Franco nos da las primeras pistas y empezamos a entender que Santiago de Compostela sea una de las ciudades que más visitantes reciben del mundo. El ambiente de las calles, la piedra, la Universidad y los majestuosos edificios históricos imprimen de un carácter mágico y especial.
La Catedral se adivina ya muy cerca pero antes de llegar uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad nos da la bienvenida. El Colegio de Fonseca, corazón de la Universidad de Santiago de Compostela desde el año 1544 y que aún actualmente sigue capturando y guardando en cada rincón, las ansias e ilusiones de los estudiantes de ahora y de siempre.
Continuamos unos pasos más y sin darnos cuenta damos los primeros pasos en la Praza do Obradoiro y nos encontramos con la Catedral de Santiago de Compostela, nuestra meta. Nadie olvida ese momento inexplicable y especial donde no podemos evitar la emoción y donde los abrazos, las lágrimas y las sonrisas aparecen y dejan huella para siempre.